GAME OF THRONES ANALISIS

 
Las cenizas de la Reina Loca
La última guerra por Westeros estableció un escenario en donde la esperanza de tener un final feliz fue absolutamente aniquilada.

Aunque desde el comienzo fueron hombres los que estuvieron al centro de todas las intrigas por el trono, y de hecho una de las historias de la saga fue la denominada “Guerra de los Cinco Reyes”, Game of Thrones definió que mujeres estuviesen al centro de la denominada “Última Guerra”.
Por un lado, teníamos a la “Madre de los Dragones” atacando a King’s Landing sin piedad alguna, encarnando el llamado de “Dracarys” para cobrar venganza por aquellos que perdió y reclamar lo que cree suyo por derecho. Al frente, protegida por las murallas de la ciudad capital, la embarazada reina Lannister estaba defendiendo su trono de hierro con uñas y dientes. Pero, claro está, ninguna estaba marcada en última instancia por el amor maternal.

En ese sentido, el penúltimo episodio de la serie, desde sus primeros minutos, terminó de reforzar la idea de que ninguna de las madres representa la mejor opción para el futuro. Aunque lo de Cersei está claro hace años, Daenerys, la rompedora de cadenas, tampoco es la salvadora que alguna vez se estableció. 

Su hambre por hacerse del trono, su deseo de venganza e inclusive su ceguera, de lograrlo cueste lo que cueste, terminaron por inclinar la balanza definitivamente hacia la idea de que no está capacitada para comandar a Westeros.

Al mismo tiempo, la verdad de Jon, su verdadero linaje, es la grieta que potenció su desconfianza, llevándola de forma ciega a no escuchar consejos. Por eso el destino de Varys, el eunuco tras todos los susurros, estaba sellado desde que llegó a la conclusión de que Daenerys no era la indicada. Que, más aún, podría llegar a ser el peligro que su padre, el denominado Rey Loco, alguna vez representó.

La muerte de Varys, incinerado por el fuego de Drogón, representó no solo la caída de uno de los aliados de la Targaryen, y el fin de las antiguas intrigas concretadas tras las sombras, sino que también es el comienzo de la erosión definitiva de las confianzas de todos aquellos que se han aferrado hasta último minuto a la idea que, Daenerys es la indicada para el trono.

Con una Madre de los Dragones clamando que en Westeros no tiene amor, solo miedo, su opción para la guerra apunta directamente a no pensar ni en los inocentes, ni en ganarse el clamor popular. Sus amenazas, especialmente las que concreta hacia Tyrion, también lo llevan a actuar una vez que Daenerys revela que Jaime fue atrapado intentando entrar a King’s Landing para ayudar a su hermana. Su acto, de liberar al único que no lo trató como un monstruo, lo llevan a jugársela por una última opción que impida la destrucción total que indirectamente ayudó a formar y a salvar el futuro de su propia sangre.


El combate final entre las fuerzas de Cersei y Daenerys avanzó inevitablemente a la explosiva resolución que todos temían. A diferencias del primer ataque, un solo dragón marcó completamente la diferencia, aniquilando sin problemas a la Golden Company que protegía a Cersei y a la Flota de Euron. 

Con un ataque total, las fuerzas Lannister fueron doblegadas, dando pie a que las campanadas de la rendición se escuchen.

Pero aún con la victoria, Daenerys ya estaba entregada al grito de Dracarys, quemando inocentes y dando el pie para que los guerreros comandados por Grey Worm arrasaran contra todo Desembarco del Rey. Con un Jon Snow en ascuas, por el fuego de la batalla y la sangre de los inocentes, la ciudad se desangra en un grito que comienza a destruirlo todo en dirección a la Fortaleza Roja.

En ese escenario, el episodio inevitablemente da pie a esperadas confrontaciones que solo cumplen con marcar un quiebre ante el escenario de cenizas. Jaime se enfrenta con Euron, en un duelo en el que el Matarreyes vuelve a cumplir su tarea, pero a un alto costo en esta ocasión, mientras que los Clegane entregan precisamente lo que muchos fans esperaban: el Cleganebowl.

Ambos duelos representan un nivel diferente de satisfacción, pero todo el episodio fue opacado por las acciones de Daenerys. Y los Starks, tanto Arya como Jon, terminan siendo testigos del alcance de la demencia de la Reina Loca.

El fuego, en ese sentido, arrasa con todo. Con enemigos, con aliados, con todo a su paso. Daenerys, encarnada como el verdadero último gran enemigo de Westeros, surca los cielos sobre su dragón, arrasando con el más implacable de los fuegos.

Y aunque Arya dejó atrás su deseo de venganza al escuchar a Sandor, el quiebre inevitable de Daenerys estableció que estaba muy lejos de cualquier clase de sentido común. Los Lannister, tanto Cersei como Jaime, terminan cayendo de forma indirecta por toda la destrucción, lo que de seguro no dejará contentos a los que esperaban un castigo mucho más directo. Pero el propio episodio explica que las expectativas simplemente tenían que ser incineradas.

El fuego y la destrucción causada por Daenerys, y sobre todo los cuerpos calcinados de los inocentes, terminan por sentenciar un escenario en donde las tierras y el castillo por el que muchos tantos batallaron, quedan convertidos en cenizas. Más aún, la última esperanza nunca fue Daenerys.

Quizás por eso el escenario de cara al último capítulo probablemente causará molestia en un sector no menor de la audiencia, pero las fichas fueron acomodándose hace rato para que la Reina Loca hiciese acto de presencia.

La ruta hacia la conclusión de esta historia quedó establecido de una forma clara. Con Daenerys sin oposición aparente, solo aquellos con sangre Stark, y eso incluye a Jon Snow, se interponen en el camino de su oscuro reinado que se estableció de la forma más sangrienta posible. A la larga, si algo dejó en claro este episodio es que el remedio, fue peor que la enfermedad.

Aunque cada vez es más claro que Game of Thrones se ha resentido por el menor número de episodios en sus últimas temporadas, y con siete episodios más todo habría sido resuelto probablemente de una mejor forma en donde existiese mayor espacio para el desarrollo de la historia, el arco de Daenerys terminó abrazando lo que hace rato parecía un paso lógico y que chocaba con el llamado de sus creadores a simpatizar con su postura. Pero cada revelación relacionada a Jon Snow, cada duda generada sobre sus acciones y cada promesa demostrada como falsa, justifica lo que terminó sucediendo.

Obviamente dicha idea choca con la idealización que un montón de fans concretaron hacia ella, tanto de empoderamiento femenino como de supervivencia, pero desde la primera temporada, Game of Thrones estableció que el trono de hierro es esta especie de anillo único que saca a lo peor de la gente. 

Y lo peor siempre estuvo ardiendo dentro de Daenerys. Con eso en cuenta, lo malo de esta última temporada es que no hubo pausas para meterse mucho más dentro de su cabeza fracturada.

Quizás por eso su mayor acción termine siendo precisamente esa. Dejar en claro que el sistema del trono de hierro no puede seguir y su propio deseo por apropiarse de lo que cree es su “precioso”, termine provocando que de una vez por todas pase lo impensado: que las cosas cambien en Westeros. Que la sangre Targaryen termine siendo derramada sobre las cenizas para redefinir el futuro y un nuevo sistema se genere sobre las tierras por las que tantos batallaron. Ese sería el mayor final feliz que uno podría esperar de una serie como esta.

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